Hay algo profundamente hermoso en ver cómo un clásico sigue respirando entre nosotros, cómo el teatro sale de los templos y camina por los barrios, las provincias, los auditorios, sin perder su alma. Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand en traducción y adaptación de su director Willy Landin y con Gabriel “Puma” Goity al frente, logra ese milagro: llevar la poesía, la pasión y la herida del héroe hasta el corazón de la gente, sin artificios, sin solemnidades, pero con una teatralidad intacta, brillante, conmovedora.
Lo que sucede en el escenario es una comunión entre lo
antiguo y lo vivo. La dirección —sensible, precisa, sin alardes— deja que el
texto respire, que los cuerpos digan lo que la palabra no alcanza. Nada sobra,
nada falta. El vestuario, la escenografía y la música dialogan con naturalidad,
sin imponerse, dejando que la historia se despliegue con una frescura que hace
olvidar los siglos que la separan de hoy.
El Puma Goity compone un Cyrano tan humano como trágico: su verbo es arma y refugio, la nariz, emblema y condena. Su interpretación combina humor, melancolía y una ternura feroz. Frente a él, y con ese gran equipo de artistas como y lo acompañan María Abadi, Mariano Mazzei, Ricardo Cerone, Daniel Miglioranza, Larry de Clay, Fernando Lúpiz, Pablo Palavicino, Hernán Jiménez entre otros artistas destacadísimos. El amor, la guerra, la amistad, el sacrificio: todos los temas, siguen siendo nuestros abrazados y con dirección artística de Dolores Ocampo quien suma mucho a la magia y sensibilidad de esta pieza teatral.
En el Auditorio de Belgrano, lleno
hasta el último asiento, se sintió eso que solo el teatro puede producir: la
respiración colectiva, el silencio expectante, y al final, la ovación de pie,
como un abrazo y hasta la arenga de cancha pero en teatro.
Es un placer ver un clásico que no envejece porque
quienes lo hacen lo habitan con verdad. Cyrano de Bergerac sigue siendo, en
esta versión, un espejo de lo que somos: los que amamos a destiempo, los que
escribimos desde el anonimato, los que luchamos con palabras en medio del
ruido.
Y ahí, en escena, el teatro sigue haciendo lo que mejor sabe hacer: recordarnos que estamos vivos. Excelente! (Meche Martínez)