lunes, 9 de junio de 2025

La Ballena

 


De Samuel D. Hunter, con dirección de Ricky Pashkus. 

Protagonizada por Julio Chávez, en Paseo La Plaza. 

La escena es un cuerpo. Un cuerpo que respira con dificultad. Que se ahoga en sí mismo. Un cuerpo desbordado por la pena, por la pérdida, por la imposibilidad de nombrar el dolor. En La Ballena, la aclamada obra de Samuel D. Hunter, ese cuerpo es Charlie: un profesor de literatura que pesa más de doscientos kilos, y cuya obesidad mórbida no es solo física, sino también simbólica. Es la acumulación de duelos no resueltos, de culpas que lo fueron encerrando en una casa que parece ya no tener puertas de salida. El texto teatral, que dio origen a la película ganadora del Oscar, encuentra en esta versión argentina un terreno fértil para desplegar su densidad emocional con enorme potencia.

Julio Chávez, devorado por Chávez en todos los sentidos, se sumerge en Charlie como quien se mete en un océano sin costa. Su interpretación no es solo conmovedora: es devastadora. No actúa la obesidad, la encarna. Su voz entrecortada, su mirada encendida de ternura y desesperanza, sus silencios que caen como anclas: todo en él compone una verdad incómoda, pero profundamente humana. Charlie es un hombre que se está dejando morir, pero antes quiere, necesita, rogarle al mundo —especialmente a su hija Ellie— que lo vea como un ser valioso. Su gordura no es una elección. Es un síntoma. Una respuesta. Una forma de tapar con comida aquello que en la vida no pudo digerir.

Rodeándolo están los fragmentos de su naufragio: Ellie, su hija adolescente interpretada por Carolina Kopelioff con una dureza encantadoramente ácida, cuya lengua afilada esconde una herida antigua. La madre de Ellie (Emilia Mazer), ex esposa de Charlie, que vuelve con ese modo de amar que a veces tiene el rencor. La amiga que lo cuida, interpretada con hondura y entrega por Laura Oliva, es el último hilo de compasión que lo sostiene en la orilla. Y Máximo Meyer, en el papel del joven misionero que quiere llevarle a Dios, representa esa fe que aparece cuando todo lo demás parece haberse ido.

Cada personaje que orbita a Charlie arrastra su propia grieta, pero también muestra cómo la enfermedad —en este caso, la obesidad mórbida— no se queda en el cuerpo del enfermo. Es un eco que retumba en quienes lo rodean, generando impotencia, enojo, compasión y, en el mejor de los casos, una difícil ternura.

La dirección de Ricky Pashkus, lejos de los despliegues grandilocuentes que suelen asociarse a su nombre, apuesta aquí por una contención valiente. La puesta es sobria, casi mínima, porque todo lo que importa está en lo que no se ve: en los gestos, en los diálogos, en las miradas que se esquivan y en los silencios que todo lo dicen. Esos muros que rodean el departamento de Charlie, tan estrechos como el destino que parece cerrarse sobre él, contienen una historia que grita sin necesidad de alzar la voz.

El público se revuelve en las butacas. Se tose. Se inquieta. Porque La Ballena no es cómoda. Nos hace ver algo que muchas veces evitamos: que la obesidad extrema no es un chiste, ni una falta de voluntad. Es, muchas veces, una enfermedad devastadora, cruel, que encuentra raíces profundas en lo emocional, lo social y lo relacional. Y verlo en escena, tan bien encarnado, tan honestamente narrado, hace doler.

La obra nos enfrenta a una pregunta tan antigua como urgente: ¿qué hace falta para que alguien vuelva a sentir que su vida vale? ¿Cuánto pesa el abandono? ¿Cuánto pesan las palabras no dichas? ¿Y cómo seguir adelante cuando el cuerpo se convierte en un campo de batalla donde todo duele?

La Ballena es una obra que deja sin aliento. Que golpea con fuerza, pero también con belleza. Que no tiene respuestas fáciles, pero sí una entrega actoral y artística que conmueve desde las entrañas. Porque ver a Julio Chávez dar vida a Charlie es asistir al retrato de un hombre roto que, a pesar de todo, sigue buscando redención. Y eso —ese anhelo último de ser amado, de ser visto— nos pertenece a todos. (Meche Martínez)

SALA PABLO PICASSO, TEATRO La Plaza Av. Corrientes 1660, CABA

DÍAS: jueves y viernes a las 20, sábados a las 19.30 y domingos a las 19.

 

 

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