Por: Meche Martinez
El Italpark vuelve
a latir. No como un parque de diversiones resurrecto —eso sería imposible— sino
como un territorio emocional que, en manos de Javier Naldjian, se abre como un
álbum de recuerdos que Buenos Aires creía haber guardado para siempre. Durante
treinta años fue un hogar del asombro: un conglomerado de risas, panchos,
corridas, vértigo y tardes extensas que parecían no terminar nunca. Fue un rito
casi iniciático para generaciones enteras que crecieron entre la década del
sesenta y los noventa. Hoy sobrevive sólo en la memoria. Un fantasma dulce.
Pero la memoria
tiene una forma bella de desafiar a la desaparición: alguien vuelve a nombrar
lo perdido, y lo perdido respira. Naldjian nos invita a entrar nuevamente por
esa puerta que ya no está: la del Italpark.
Su mirada es
extraordinaria. No se limita a registrar; acaricia. Pone en imágenes no solo
las atracciones del pasado —la montaña rusa, los autitos chocadores, el tren
fantasma, el zamba— sino la vibración íntima que tenían, aquello que en cada
uno de nosotros se transformaba en un latido particular. Su sensibilidad
transforma el parque en una constelación afectiva: cada juego como una
estrella, cada recuerdo como un brillo mínimo que insiste en no apagarse.
El documental
también sabe detenerse, con una delicadeza infinita, en la herida que partió la
historia del parque en dos. El Matterhorn. El 29 de julio de 1990. La muerte de
Roxana Alaimo, con solo quince años. Naldjian no evade el dolor; lo honra. Lo
ilumina sin sensacionalismo, con un respeto profundo, porque la memoria no solo
preserva lo feliz: también sostiene lo que nos marcó con una gravedad imposible
de olvidar.
Mientras recorre
ese universo perdido, el director traza un puente entre la nostalgia íntima y
la memoria colectiva. Para él —y para tantos— el Italpark fue irrepetible. Para
mí, como para millones, era también una salida accesible, una alegría barata y perfecta:
tomar el Pasaporte para que todo rendiera más, para subir a la mayor cantidad
de juegos posible, para sentir que por unas horas Buenos Aires era un
territorio sin adultos, sin relojes, sin límites.
Podría enumerar la
escena exacta del documental en la que uno viaja directo al corazón de la
nostalgia, pero no lo haré. Hay que permitir que el espectador llegue solo.
Que, al verla, el cuerpo recuerde el propio vértigo, el propio pancho con coca,
las papas en cono que ardían en la mano, la carrera ansiosa hacia el próximo
juego. Ese ritual compartido, casi tribal, que nos hacía sentir parte de algo
grande y simple a la vez.
La obra de Javier
Naldjian es, en definitiva, una joya: una pieza de arte documental que conjuga
belleza, sensibilidad y memoria. Recupera un espacio que parecía destinado al
olvido y lo devuelve convertido en emoción pura. Es la prueba de que, aun cuando
la ciudad cambia y los parques se esfuman, la experiencia vivida permanece. Y,
mientras alguien la cuente con esta delicadeza, jamás dejaremos de recordarla.
Brillante mirada.
Brillante evocación. Un homenaje que abraza. Y una película que, por unos
instantes, nos permite volver a entrar —con el corazón abierto— al parque que
nunca debimos perder.
VER:
Finalista en el
festival de cine independiente London Awards, Reino Unido 2024. Finalista en el
Metropolis Film Festival 2024. Milán, Italia. Seleccionado en el Buenos Aires
International Film Festival 2025, Argentina. Podés enviarme tus comentarios a: javiernaldjian@yahoo.com.ar
DIRECCIÓN Javier
Naldjian
POST PRODUCCIÓN
Estudio Mandinga
POSTPRODUCCIÓN DE
IMÁGENES Y SONIDOS Virginia Vitullo
MEZCLA Leonardo
López
CÁMARA Javier
Gómez
MÚSICA
"REFUGIO" (Javier Naldjian)
Interpretación y
arreglos: Eduardo Minervino
© 2024 – Javier
Naldjian.
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