domingo, 7 de diciembre de 2025

Italpark de Javier Naldjian

 


Por: Meche Martinez

El Italpark vuelve a latir. No como un parque de diversiones resurrecto —eso sería imposible— sino como un territorio emocional que, en manos de Javier Naldjian, se abre como un álbum de recuerdos que Buenos Aires creía haber guardado para siempre. Durante treinta años fue un hogar del asombro: un conglomerado de risas, panchos, corridas, vértigo y tardes extensas que parecían no terminar nunca. Fue un rito casi iniciático para generaciones enteras que crecieron entre la década del sesenta y los noventa. Hoy sobrevive sólo en la memoria. Un fantasma dulce.

Pero la memoria tiene una forma bella de desafiar a la desaparición: alguien vuelve a nombrar lo perdido, y lo perdido respira. Naldjian nos invita a entrar nuevamente por esa puerta que ya no está: la del Italpark.

Su mirada es extraordinaria. No se limita a registrar; acaricia. Pone en imágenes no solo las atracciones del pasado —la montaña rusa, los autitos chocadores, el tren fantasma, el zamba— sino la vibración íntima que tenían, aquello que en cada uno de nosotros se transformaba en un latido particular. Su sensibilidad transforma el parque en una constelación afectiva: cada juego como una estrella, cada recuerdo como un brillo mínimo que insiste en no apagarse.

El documental también sabe detenerse, con una delicadeza infinita, en la herida que partió la historia del parque en dos. El Matterhorn. El 29 de julio de 1990. La muerte de Roxana Alaimo, con solo quince años. Naldjian no evade el dolor; lo honra. Lo ilumina sin sensacionalismo, con un respeto profundo, porque la memoria no solo preserva lo feliz: también sostiene lo que nos marcó con una gravedad imposible de olvidar.

Mientras recorre ese universo perdido, el director traza un puente entre la nostalgia íntima y la memoria colectiva. Para él —y para tantos— el Italpark fue irrepetible. Para mí, como para millones, era también una salida accesible, una alegría barata y perfecta: tomar el Pasaporte para que todo rendiera más, para subir a la mayor cantidad de juegos posible, para sentir que por unas horas Buenos Aires era un territorio sin adultos, sin relojes, sin límites.

Podría enumerar la escena exacta del documental en la que uno viaja directo al corazón de la nostalgia, pero no lo haré. Hay que permitir que el espectador llegue solo. Que, al verla, el cuerpo recuerde el propio vértigo, el propio pancho con coca, las papas en cono que ardían en la mano, la carrera ansiosa hacia el próximo juego. Ese ritual compartido, casi tribal, que nos hacía sentir parte de algo grande y simple a la vez.

La obra de Javier Naldjian es, en definitiva, una joya: una pieza de arte documental que conjuga belleza, sensibilidad y memoria. Recupera un espacio que parecía destinado al olvido y lo devuelve convertido en emoción pura. Es la prueba de que, aun cuando la ciudad cambia y los parques se esfuman, la experiencia vivida permanece. Y, mientras alguien la cuente con esta delicadeza, jamás dejaremos de recordarla.

Brillante mirada. Brillante evocación. Un homenaje que abraza. Y una película que, por unos instantes, nos permite volver a entrar —con el corazón abierto— al parque que nunca debimos perder.

VER:


Finalista en el festival de cine independiente London Awards, Reino Unido 2024. Finalista en el Metropolis Film Festival 2024. Milán, Italia. Seleccionado en el Buenos Aires International Film Festival 2025, Argentina. Podés enviarme tus comentarios a: javiernaldjian@yahoo.com.ar

DIRECCIÓN Javier Naldjian

POST PRODUCCIÓN Estudio Mandinga

POSTPRODUCCIÓN DE IMÁGENES Y SONIDOS Virginia Vitullo

MEZCLA Leonardo López

CÁMARA Javier Gómez

MÚSICA "REFUGIO" (Javier Naldjian)

Interpretación y arreglos: Eduardo Minervino

© 2024 – Javier Naldjian.

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