El vagón
del deseo,
microteatro escrito por Lucas Lagré y dirigido por Maximiliano Galeano,
confirma que el formato breve no es sinónimo de ligereza, sino de precisión. En
apenas quince minutos, la obra logra condensar tensión dramática, humor y una
notable cercanía emocional, apoyada en un dispositivo escénico que apuesta por
la inmersión total del espectador.
El
microteatro, como experiencia, propone un pacto distinto: lugares pequeños, público reducido y una proximidad
que borra la frontera tradicional entre escena y platea. Aquí, ese pacto se
potencia al máximo. El vagón —espacio temático, íntimo y cargado de simbolismo—
no solo funciona como escenografía, sino como un territorio vivo donde el
deseo, la incomodidad y el juego de miradas circulan sin filtros. El espectador
no observa: viaja.
La
dramaturgia de Lagré se sostiene en diálogos ágiles y situaciones reconocibles,
donde el humor aparece como una puerta de entrada a zonas más profundas del
vínculo humano. Hay risa, sí, pero también una lectura sutil sobre lo que se
desea, lo que se calla y lo que se proyecta en el otro durante ese trayecto
compartido que es tanto literal como metafórico.
Las
actuaciones de Celeste Gerez y Roberto Casale son, sin exagerar, brillantes.
Ambos comprenden a la perfección las reglas del formato: no hay margen para el
exceso ni para la dispersión. Cada gesto, cada pausa y cada inflexión vocal
están calibrados para un público que respira a centímetros. La química entre
los intérpretes es inmediata y sostiene la verosimilitud del encuentro,
generando una calidez que se contagia y envuelve.
La
dirección de Maximiliano Galeano acompaña con inteligencia este entramado,
potenciando el carácter inmersivo sin subrayados innecesarios. Todo fluye con
naturalidad, como si el vagón existiera desde siempre y el público hubiera sido
invitado —casi sin darse cuenta— a ocupar un asiento más.
En mi debut
en el formato microteatro, la experiencia fue en Villa Urquiza, y salí contenta
y agradecida. Agradecida por un teatro que se anima a correrse de los moldes,
que busca nuevos públicos y que demuestra que, incluso en quince minutos y en
un espacio mínimo, puede suceder algo grande. El vagón del deseo es,
justamente, eso: un viaje breve, intenso y disfrutable, que deja ganas de
volver a subir. Para ver! (Meche Martínez)
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