domingo, 24 de noviembre de 2024

La literatura que desafía el silencio

 


En el marco de los debates sobre los libros cuestionados por Victoria Villarruel, surge una reflexión inevitable sobre el poder de la palabra escrita y su capacidad para incomodar, desafiar y transformar. Entre las obras señaladas se encuentra Las primas de Aurora Venturini, una novela que no solo traspasó las páginas para habitar los escenarios del Teatro Nacional Cervantes, sino que también delineó un universo profundamente perturbador: el de una familia disfuncional de clase media baja

Marcela Ferradás dio vida a este universo en  en La Plata. Allí, en una casa sin hombres, conviven mujeres marcadas por minusvalías, deformidades físicas, mentales o imaginarias, un espejo oscuro de los desgarros sociales y personales.su adaptación teatral, pero el trasfondo de la autora es igualmente fascinante. Aurora Venturini fue amiga de Eva Perón y psicóloga de la Fundación Eva Perón, lo que le permitió un contacto directo con las vulnerabilidades humanas que atraviesan su obra. Discípula de Jean-Paul Sartre, su escritura combina existencialismo y aguda crítica social, y hoy su legado está en manos de Liliana Viola, quien se ocupa de preservar y proyectar su inigualable mirada literaria.

Gabriela Cabezón Cámara, por su parte, ha construido un corpus literario que es un grito de resistencia y exploración de los temas de género. En mi biblioteca están todos sus títulos, desde Beya hasta El romance de la negra rubia, pasando por La virgen cabeza y el premiado Las niñas del naranjal. Sin embargo, es Las aventuras de la China Iron el que parece haber desatado esta nueva ola de controversias. Resulta irónico que quienes buscan censurarla probablemente no hayan leído sus libros, porque abordar la complejidad narrativa de Cabezón Cámara exige un lector habituado a las profundidades. Su obra no es para ojos casuales; es para quienes desean sumergirse y dejarse transformar por su palabra. 

De Sol Fantín y su Si no fueras tan niña puedo decir que es un ensayo visceral, nacido de una verdad personal que conmueve por su sinceridad. Sol no solo narra con crudeza y búsqueda de consuelo, sino que además es una gran comunicadora de clásicos literarios, cuya pasión logra despertar curiosidad por las grandes obras que nos ha contado en redes sociales. Que este libro sea su propia historia no hace más que multiplicar el impacto de sus palabras. 

En el caso de Cometierra, de Dolores Reyes, tengo una conexión especial. Su génesis me era conocida gracias a nuestro paso por los talleres literarios de Selva Almada. En aquel tiempo, Reyes gestaba esta idea única de una niña que come tierra para desentrañar los misterios de la muerte. Con el respaldo de Julián López y el interés de Editorial Sigilo, Cometierra encontró su lugar en las librerías y, más importante aún, en el corazón de los lectores. Esta historia se sostiene sobre la creencia de su autora en el poder de las palabras para iluminar aquello que habitualmente permanece oculto. 

Mi abrazo a estas escritoras es también una expresión de repudio a quienes intentaron prohibir sus obras. Este intento burdo de etiquetarlas bajo el pretexto de "sexo explícito y lenguaje crudo" no hizo más que amplificar su mensaje. Lo que buscaba silenciarse se volvió masivo, alcanzando a nuevos lectores y consolidando aún más la relevancia de estas autoras. 

Quienes hemos leído sus obras sabemos que etiquetar de forma reductiva lo que en realidad son exploraciones profundas y necesarias de la condición humana es, en el mejor de los casos, ignorancia; y en el peor, un acto de censura deliberada. Sin embargo, las palabras han resistido y se han vuelto más fuertes. Hoy están en boca de todos, reafirmando que la literatura, lejos de ser acallada, se expande con cada intento de contenerla. 

Nos han robado demasiadas palabras a lo largo de la historia. Pero hasta aquí llegaron. La literatura no se doblega, porque allí donde intentan extinguirla, resurge como un eco más potente que nunca.


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