Hay obras que logran envolver al espectador sin artificios, apenas con la potencia de una presencia, una voz, un piano, y el eco de una historia que respira entre luces y silencios. Una película sin Julie es una de esas piezas.
Lucía Gandolfo brilla en escena con una intensidad conmovedora. Su actuación
tiene el pulso de lo cinematográfico y la verdad del teatro más vivo: una
actriz que encarna, que canta, que habita la emoción sin excesos, con un
registro interpretativo que combina humor, melancolía y una elegancia natural.
A su lado —o más
bien, en una conversación íntima y musical con ella—, Fernando Albinarrate teje
desde el piano una partitura emocional que sostiene toda la trama. No acompaña:
dialoga. Su música no es fondo, es alma. Textos y canciones originales se entrelazan
en un relato que parece construido con la nostalgia de lo que se perdió y la
ironía de lo que aún puede recuperarse.
La dirección de
Julio Panno (sí, el mismo de Personas, lugares y cosas) vuelve a demostrar su
talento para explorar la fragilidad humana. Panno sabe mirar a sus intérpretes
y darles aire para desplegar su universo. Su puesta, precisa y sensible,
acentúa el carácter íntimo de la obra, donde cada pausa tiene sentido y cada gesto
deja una huella.
La escenografía
despojada de Ariel Hevia funciona como un espacio mental más que físico: un set
sin cámara, un rodaje de la memoria donde los recuerdos se reescriben a cada
canción. Todo está donde debe estar, sin adornos, pero con una funcionalidad
poética admirable.
"Una película sin Julie" es, en el fondo, una metáfora sobre el arte y la ausencia, sobre lo que queda cuando el amor o la ficción terminan. Un homenaje a lo efímero, a los finales abiertos y a la belleza de seguir buscando.
Una joya delicada y sincera que sucede cada martes a las 20:30 en la Sala
Pablo Picasso del Paseo La Plaza, para recordarnos que a veces el mejor cine
ocurre sobre un escenario. (Meche Martínez)
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